miércoles, 9 de diciembre de 2015

Que tire la primera piedra...

Un día empecé una carrera en una universidad prestigiosa., Soñé con tener una columna de opinión en un medio opositor, un programa de radio y un blog con millones de seguidores.
Abrí los ojos 8 años después y miro a mi alrededor. El blog se quedó en los mismos cinco familiares y amigos que me  leen aunque publique cada 10 años. (Los amo) El programa de radio y la columna de opinión. Bien, muchas gracias, pero ahora no. Otro día.
Ahora que lo pienso, también quería tener una banda, un posgrado y un abdomen plano.

(…)

De todas maneras, que tire la primera piedra aquel que logró ser el fiel reflejo de lo que se imaginó a sus inmaduros 17. (Y que se siente a tomar una cerveza conmigo y me cuente como hizo.)
Sí. Está bien. Logré vivir en otro país, y no solo en otro país, sino en el país que había soñado de chica, y que a pesar que resultó ser muy diferente al edén de rocknroll que había imaginado, sigue siendo el lugar que amo y que hoy considero mi hogar. Era obvio que no todos iban a ser Julio Cortázar. Mala mía.

Las cosas no están bien. Para nada. La vida no es fácil y yo hasta ahora había tenido el beneficio de que los obstáculos me pasaran de costado gracias a la ayuda infinita de mi familia. Ahora no. Ahora soy yo contra el mundo. Yo contra una ciudad caótica y dividida, en la que me sigo perdiendo. Yo contra un desafío laboral que me desborda. Yo contra la distancia y la nostalgia de los días seguros y felices en esa entelequia que suelo llamar Medellín.
Esta vez soy yo contra el miedo.


Lo que hasta ahora nunca me pregunté es. ¿Y qué pasa si gano?

lunes, 23 de noviembre de 2015

Nudos

Quiero pensar que todo lo que está pasando es sólo el preámbulo de algo mejor que está por venir pero que aún no logro ver con claridad. 
A los 18 años, soñaba esta vida. Buenos Aires. Y ahora que lo logré se me fue de las manos. La estoy perdiendo y siento que no estoy haciendo lo suficiente para recuperarla. 

Espero en un mediano plazo, poder disfrutar aunque sea un poco, los frutos de todo el esfuerzo de estos años y mirar en perspectiva estos días de incertidumbres y mareos, con una sensación de tranquilidad en la boca de la panza. Creo que me olvidé como se siente. 


¿Acaso es tan difícil que las cosas salgan bien? ¿Cuántos obstáculos deberían presentarse? ¿Necesito empezar a valorar más las cosas que tengo en lugar de estar pensando todo el tiempo en las que me faltan? O al contrario, ¿este descontento se va a convertir en el motor del cambio que necesito? 


Admiro mucho a la gente que logra  ordenar sus ideas y aprovechar las crisis como oportunidades para crecer. Yo por ahora, no logro encontrar el camino. Y entre más lo pienso, más difícil se me hace, más perdida me siento y más puertas se me cierran en la nariz.
No saco nada escribiendo estas líneas y mucho menos publicándolas. Solo necesito hacerlo porque sí. Aunque se que ya no escribo como antes, que ya no me leen como antes y mi vida está tomando un rumbo que no me interesa. Pero todavía no sé como salir de ahí.


Sé que no estoy sola. Sé que tengo al lado (cerca y lejos, pero al lado al fin y al cabo) a un montón de gente que no me va a dejar caer. Pero la batalla conmigo misma solo la puedo ganar yo. El nudo en la cabeza solo lo puedo desenredar yo. 


No creo en la suerte y no sé si creo en dios. Si existen, no los siento de mi lado y me muero de envidia de la gente que tiene fe. No sé si en Dios, no se si en ellos mismos, pero puta que ayuda a salir adelante y puta que me hace falta mí. Porque sé que la vida se la va labrando uno solo. Pero ahora me agoté de patalear y necesito que alguien me ayude a llegar hasta la orilla, porque no me quiero ahogar.






miércoles, 13 de mayo de 2015

Herencia.

Para vos.
Que entedés de pasiones. De pérdidas, de alegrías.
Gracias por hacerme revivir este blog.

Eran las seis de la mañana. El sol salía por las montañas del oriente y la ciudad se despertaba lentamente para enfrentar una semana más. Algunos en oficina, otros en un salón de clase, y muchos más en la calle, guardando la esperanza de que al final del día tendrían lo suficiente para permitir que sus hijos no se acostaran a dormir con hambre.

Porque la vida en este país es dura y eso no es un secreto para nadie. La gente nace, crece, se reproduce y si tiene suerte progresa antes de morirse. Y yo, soy uno más entre la multitud que camina por las calurosas calles de esta ciudad. Soy uno del montón, eso sí, de lunes a sábado. Mi trabajo como asesor en una empresa de telefonía celular me obliga a esconder los tatuajes que tengo y a mostrar mi mejor sonrisa a los insatisfechos clientes. Ese lunes tuve que hacer lo mismo; ponerme una corbata y salir en medio de una incesante lluvia y rezar que el chofer del bus amaneciera de buen genio y me parara. Así era mi rutina todos los días, pero hoy, me parecía injusto que tuviese  que salir a cumplir con mi deber, pues en la cabeza tenía cosas mucho más importantes y profundas que una asesoría al cliente.
Nací el 31 de mayo 1982 en Medellín y pasé toda mi infancia en el barrio Manrique. La cancha empolvada de mi barrio se convirtió en el lugar donde pasaba la mayoría de las tardes después de hacer las tareas a la carrera. No era muy bueno jugando fútbol, pues como yo era un niño gordo, me dolían las rodillas al correr.  En mi casa nunca sobró plata para nada. Mi  papá era taxista y mi mamá ama de casa, y aunque nunca aguantamos hambre, tampoco pude tener los lujos que seguramente tenían muchos niños al otro lado de la ciudad. Nunca tuve un regalo de cumpleaños que no fuera una torta hecha por mi mamá, pero cuando cumplí 7, mi papá me dio algo que me cambiaría la vida para siempre.
Recuerdo que fuimos a la tienda de la esquina donde había un televisor. Recuerdo haber visto a mi papá arrodillado antes de un penalti. Leonel Álvarez coabraba. Segundos después me vi envuelto en abrazos, lágrimas y gritos. Esa fue la primera y tal vez la única vez que vi a mi papá llorando. Me asusté. No sabía que pensar. Cuando tuve el valor de preguntarle, me contó la historia de una ciudad que había sufrido mucho, que seguramente le tocaría sufrir más y de una gente que se reunía domingo a domingo, así como nosotros en la cancha empolvada de la esquina para olvidar la tristeza y hacerse a la idea que la vida había que lucharla como llegara, con alegría o con dolor. Ese día le pedí  que me llevara a ese lugar, y a partir de ahí, domingo a domingo salíamos juntos vestidos de un mismo color, y dos horas más tarde regresábamos a casa, a veces tristes, otras felices, pero siempre con la garganta rota y la satisfacción del deber cumplido.
 Mi papá me acompañó todos los domingos sin faltar una sola vez. Pero el  3 de Octubre de 1996 cuando iba a parquear el carro en el garaje de la casa, 2 ladrones le arrebataron la plata que había ganado  ese día y de paso le arrebataron la vida. El era un hombre sencillo y  con 3 pasiones concretas en la vida: mi mamá, el tango y el fútbol. A pesar de no haber tenido ni un peso para dejarme de herencia, su legado es  para mí algo mucho más valioso que todo el dinero del mundo. Algo que dejaría marcas en mi piel, en mi mente y en mi corazón. Gracias a esa herencia, estoy en este momento en la encrucijada de tener que levantarme a trabajar a pesar que el mi corazón y mi vida entera, los dejé en mi lugar sagrado, en el que me dejó mi papá.

Abrí los ojos con dificultad notando como en mi cabeza martillaba con insistencia el recuerdo de la noche anterior. Todavía podía oír aquellos gritos de una manera tan nítida como si aún estuviera en aquel lugar. Me dolían los brazos, las piernas, la garganta, todo el cuerpo. Sabía que a pesar de todo debía levantarme,  debía seguir con mi rutina y olvidar al menos por un segundo el recuerdo de mi padre llorando arrodillado en la tienda de la esquina de Manrique, y olvidar el recuerdo de mi mismo en la tribuna llorando sin poder dejar de cantar. Habían pasado 6 años desde la última vez que lo sentí. Junio de 2005. Otra vez campeones. Otra vez me acuerdo del hombre que vi llorar de alegría, y vivo ese sentimiento a flor de piel como el tatuaje que llevo en el brazo derecho. El nombre de mi padre junto al escudo verde de quien nos unió una tarde de Mayo, y aún hoy me hace pensar que la vida hay que lucharla, porque algún día la vida nos puede dar la vuelta, y podremos otra vez llorar y abrazarnos en la esquina.





lunes, 29 de abril de 2013

De vez en cuando...


Momentos que se esperan toda la vida. Uno se pasa soñándolos dormido y despierto, se imagina como será el clima ese día, qué estará pasando en el mundo, quién te estará acompañando; a veces llega uno a planear que ropa usará ese día, incluso teniendo la certeza que aún faltan muchos meses, muchos años, muchas vidas.
Son esos típicos momentos que se ponen y se describen con pelos y señales en la carta de propósitos de año nuevo; esos que están dibujados en la mente cada que soplás una vela al son de la desafinada versión del cumpleaños feliz de tus amigos. “¡Dale! Pedí un deseo!” Y ahí está. Ni siquiera tenés que esforzarte en armar una escena, porque la escena está armada en tu mente desde siempre y cerrás los ojos para poderlo ver.
Y así poco a poco se nos van yendo los años entre deberes, obligaciones y momentos más o menos buenos y malos que van dejando pequeñas improntas en la memoria, pero que en el 99% de los casos no se las contaremos a nuestros nietos y seguramente no se pasarán por nuestras cabezas cuando nos llegue el último segundo. ¿Pero y el 1% restante? Ahí es donde están los días que siguen teniendo fecha para siempre. Los días que vuelven vida a la vida, que generalmente no son más que 2 o 3, pero que dan el alimento de felicidad suficiente para 30 años. Uno se los imagina tanto que poco a poco se van volviendo parte del paisaje y uno sin querer se va resignando a dejarlos ahí, medio dormidos, medio imaginándoselos en otra vida, en otros mundos.
Hasta que de repente, casi sin avisar, sin darte el tiempo necesario para darte cuenta que efectivamente está pasando, más leve y fugaz que un parpadeo…

31 de enero de 2011. 15:05pm.  “Señoras y señores bienvenidos a la ciudad de Buenos Aires. La temperatura ambiente es de 30 grados centígrados y bla bla bla bla….”  

















16 de marzo de 2013… aprox 11:00am.
















28 de abril de 2013… “Buenas noches señoras y señores, vamos a  empezar este espectáculo recordando la vida y obra del cantautor Manuel Darío….”


miércoles, 31 de octubre de 2012

Crecer como se pueda, cuando se pueda, donde se pueda.. Pero al fin y al cabo crecer...

 ¿Perdurar? No sé.

martes, 23 de octubre de 2012

Teje-maneje


Alguna vez leí en algún lado que hacer catarsis es mucho más barato y útil que pagar psicólogo. Puede que ya no escriba como antes y no tenga mis 4 o 5 seguidores fieles que día a día me hacían sentir que no me había equivocado al elegir la carrera que elegí. He hecho este intento miles de veces, y cuándo digo miles, me refiero a 2 o 3 por día. Cada vez un proyecto más fallido. Una hoja en Word con medio párrafo escrito a la que nadie le guardó los cambios y se perdió en los anaqueles de los sueños que la pereza no deja despertar.

***
Esto del tiempo libre me está haciendo daño  y está desgastando y oxidando las pocas tuercas que quedaban en su lugar. Esas que hacían que mucha gente dijera “esta chica tiene futuro, que hoja de vida impresionante, vas a llegar muy lejos, yo quiero ser como vos.” Da igual. Aquí estoy revolviéndome entre un NOSEQUEVOYAHACERCONMIVIDAyunSELOQUEQUIEROPERONOSECOMOSACARMETODOSLOSMIEDOSQUETENGOENLACABEZA.

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Creo que es más la segunda que la primera.  Quiero escribir, enseñar, crear, construir puentes y derribar muros; empezando por los de mi propia cabeza, claro está. Quiero pintar de colores mi materia gris, quiero que esa paleta policromática se refleje en mis ojos y en mi sonrisa sincera. Quiero aprender a ser feliz sin intentarlo y sin proponérmelo. Que simplemente sea así por generación espontánea. (Creo que no hay otra manera posible de serlo.) Quiero dejar de depender de vos y aún así poder tenerte a mi lado.
Querer es un primer paso. ¿No?


miércoles, 10 de octubre de 2012

Comunicado


Siendo la una y cincuenta y siete de la mañana del día 10 de octubre del año dosmildoce, decidí que voy a dejar la maricada y voy a empezar a reinventar el proyecto de persona putamente genial que dejé olvidado por cosas que ni vale la pena mencionar . Comuníquese y cúmplase.